"¿Por qué lloverá tanto?", le preguntó una hoja a un barquito de papel.
"Es para que los niños jueguen en los charcos", respondió orgulloso el barquito de papel.
"Ah no, tú feliz porque mañana estarás navegando en cuanto arroyo se forme y harás sonreír a miles de niños; en cambio yo ¿qué puedo ofrecer?"
El barquito se quedó mirándola. Según le habían dicho la naturaleza, en cierta época del año, cambia de ropa y se dio cuenta de que, ahora, la hoja era amarilla.
"Pero amiga, no estás a la deriva. Junto a las demás tú formas un hermoso tapete al caer de los árboles. ¿Cuántas pinturas, poemas o canciones no han sido inspiradas por ustedes?", aseguró el barquito de papel.
Aún así la hojita no sentía que ocupara ningún lugar destacado en el Universo. Se veía allí, tan simple, acabada de arrancar de una rama por el viento frío de la tarde. Resignada, y muy triste, empezó a llorar en medio del silencio.
Justo en ese instante pasaba un hombre cargando una guitarra. Venía de cantar por las calles de aquella ciudad gris. Se sentó en una banca del parque, dejó que la lluvia mojara su rostro, respiró profundo y cerró sus ojos. Luego se levantó para marcharse, empezó a caminar, dio tres pasos y, de pronto, se detuvo.
Desandó el camino, regresó al punto de partida, se agachó y eligió, entre todas, la hoja que, minutos antes, se quejaba de no ser más que una señal de tiempos que no volverían.
Nerviosa, la hojita se sonrojó sin entender lo que sucedía. Enseguida el hombre se sentó de nuevo en la banca, buscó algo en el bolsillo de su chaqueta, sacó un lápiz y, sobre la superficie suave de la hojita, escribió:
"Acá no es otoño, tampoco vendrá el invierno, mucho menos el verano. La primavera, sin embargo, la tengo asegurada desde que te conocí. Te amo"
El barquito de papel sonrió mientras le guiñaba un ojo a la hojita, pues entendió que su amiga se convertiría en mensajera de un sentimiento.
El hombre se paró, volvió a caminar tres pasos y se detuvo otra vez. A sus pies vio un alegre barquito de papel. Le llamó la atención el colorido de su barriguita. Entonces lo recogió con mucho cuidado, le puso la hojita con sus palabras, los llevó a un riachuelo que bajaba alegremente de la montaña y esperó emocionado que se alejaran hasta perderse arrastrados por la corriente. Sabía que, tarde o temprano, desembocarían en el mar y llevarían hacia el otro lado del continente el mensaje con su sentida declaración de amor.
El anterior texto es de un amigo mío al que quiero mucho, y como me emocioné al leerlo, pensé en compartir la emoción que siento con quienes se asoman a mi ventana. Espero que les guste tanto como a mí. Si quieren leer algo más de Caselo pueden hacerlo pulsando el siguiente enlace: El Mago de tu Corazón